Jordi Morera

"Criarse en una familia panadera tiene sus pros y sus contras, como todo en la vida. Por un lado, aprendes a amar este oficio y entender que más que un producto, el pan, es un alimento. Por otro lado, más de un verano lo tienes que pasar haciendo croissants… ¡Bienvenida penitencia!, pienso ahora. Como os he dicho, las paredes de casa siempre han respirado agua y harina, concretamente desde 1888, fecha del primer documento escrito sobre el obrador, un registro sobre un pago de impuestos. En aquellos tiempos quién llevaba los pantalones en los obradores eran las mujeres de la casa (y todavía sigue siendo así hoy, os lo aseguro), por eso a L’Espiga d’Or se le conocía como el horno de la Genoveva, mi tatarabuela. Una mujer con carácter y fuerte personalidad. De ella todavía conservamos las libretas de los encargos y las notas pendientes de principios del siglo pasado. De entonces hasta hoy el obrador y el pan han evolucionado exponencialmente y hoy volvemos a la esencia de antes. Y es que como se suele decir, el progreso, muchas veces, yace en mirar hacia atrás."

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