Begoña Rodrigo, La Salita*

Llegó al mundo de la cocina casi por necesidad. “Yo no he decidido ser cocinera. La vida lo ha hecho por mí”, asegura. Su dilatada experiencia en la cocina no le viene de familia, ni de tradición. De hecho, cuando era pequeña, a la señorita petit suisse (como la llamaban en casa porque sólo comía yogures) ni siquiera le gustaba comer. Ingeniera industrial de formación (le falta el proyecto para acabar la carrera), antes de meterse en harina abrió dos exitosos negocios de pan y dulces en Valencia a los 18 años antes de poner rumbo a Holanda. A Amsterdam llegó de vacaciones el verano en que cumplió 20 años, pero a los dos meses volvió para quedarse ocho años. Antes de ser cocinera limpió habitaciones de hotel y poco a poco consiguió un puesto en su particular escuela de hostelería, la cocina del Amsterdarm Marriot. Después las despensas de Mozambique, Tailandia, Estados Unidos o Londres han conformado su particular carta de sabores. Todo ellos, sin perder ni un ápice de sus raíces valencianas. Pero las casualides del destino la llevaron de vuelta a casa para ayudar a su hermana Ruth en la inauguración del que iba a ser su restaurante. Un local en la calle Séneca de Valencia que no terminó de cuajar y que hoy en día es La Salita, el restaurante gastronómico de Begoña. Fue un 2 de noviembre de 2005 y ya ha cumplido más de una década de éxitos. En La Salita experimenta con los productos más locales para darles un concepto global. Para ello, controla todo el proceso de producción de los vegetales desde su cultivo.

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